lunes, 28 de octubre de 2013

novela





Era casi invierno,
y la calor poco le importaba,
era casi invierno,
era un octubre moderno.
Llevaba gafas de sol antiguas,
llevaba gafas y no veía.
Llevaba un bolso lleno de olvidos.
Y la cabeza metida en él.
Era martes y los colmillos sangrientos.
Era martes, sin saberlo manejó las luces de la calle.
Fue ganas de comprar un libro en Gibert Jeune.
Fue aroma un instante de cemento castizo leguminoso y brillante,
un embargo solicitado de vida por un café,
una nube densa.
Eran pájaros en martes los que cantaban.
En las avenidas largas de la ciudad.
En sus árboles muriéndose.
Era casi invierno.
Chorreaba aceite negro de los coches,
y las demandas de esclavismo se dispararon.
En las fábricas donde se hace la verdad
hombres menudos curtían sus lenguas
para que otros más altos hablasen.
Debiera ser un invierno controlado como otros,
los coches, eso sí, nunca se quejaron.
Y él con sus  gafas antiguas,  con sus colmillos sangrientos, con su martes,
todo a cuestas, encima como
un sueño que nunca se deja de soñar.
Había llegado casi sin esperarlo el mes de octubre,
como esas cosas que no se advierten y se te hunden en el pecho.
Y él resultó ser un tipo huraño y desagradable
que se maquillaba antes de hablar.
Era martes y el humor lo llevaba metido en un bolso.
En un sobre. En la mano derecha.
Estuvo trabajando por dos lustros sin descanso.
O eso había pensado. Era martes, un día de duro trabajo.
En octubre, el mes de la sangre.
Y allí iba él, sangriento, al tajo.
Pero salía pronto, demasiado pronto.
Las noches llegaron antes de lo que él quiso.
Y con ellas la soledad de largas avenidas,
de los parques, de los inmensos parques por los que  esta ciudad respira,
de los muelles en los que había zarpado sin saber adonde.
Era martes, casi invierno,
un calor insoportable
trajo la soledad del arbitrio y el aburrimiento
y un trozo de periódico nos informó,
con la pericia de un mentiroso,
de los arduos conflictos, del valor comprado.
Él se quitó las gafas,
sus antiguas gafas hechas de pájaros negros,
hechas de musgo antiguo de las calles de la ciudad más húmedas.
Se quitó las gafas para ver,
y antes sin ver ya veía,
incluso antes de necesitarlas.
Eso comprendió del octubre sangriento
En  todos los días que acabaron en martes
él no fue sino su aliento.


No hay comentarios:

Publicar un comentario